martes, 19 de agosto de 2008

El Efecto Maradona


El fútbol argentino parece ser una cantera inagotable de jugadores que luego de cada vez menores períodos en los clubes locales, se desparraman por todo el mundo y es muy difícil hallar algún torneo en cualquier lugar del globo donde no juegue alguno.


Lo primero que hace un papá cuando su vástago varón practica sus primeros pasos, es comprarle un balón y la casaca del cuadro favorito. En Argentina, niño que no juega fútbol, niño que es catalogado como “bicho raro”. Ni la televisión en su mejor momento, ni los juegos de computadora hoy, logran superar el interés de los pequeños por correr detrás de una pelota. En el barrio o en la escuela, donde puedan reunirse más de 4 o 5, siempre hay un equipo. En los cumpleaños, en las reuniones familiares o en el patio del colegio, los bajitos nunca olvidan a la tan amada pelota. Que nació con ellos, que formará parte de su vida, una parte muy importante casi desde el vientre materno.


Junto al comienzo del primer grado escolar, el 90 por ciento de los varones son llevados de la mano de sus papás a escuelitas de fútbol para que allí den sus primeras patadas al balón y dejar por sentado que si bien es obligación estudiar, nunca habrá que descuidar este deporte, que es la alternativa igual o tan importante como el estudio para el futuro del pequeño individuo.


Existen hoy en el país más de mil Escuelas de Fútbol privadas, en muchos casos dirigidas por ex jugadores o empresarios que vislumbraron el gran negocio en la preparación de futuros valores. A estas llamadas escuelitas de fútbol, acuden niños desde los 5 años hasta los 9 o 10. Luego, aquellos que presentan un potencial interesante, emigran hacía clubes donde competirán con otros cientos la descarnada lucha por llegar en pocos años a primera división o quedar frustrada la ilusión en el camino, ya que la lucha es voraz y despiadada. A estas alturas, el estudio será en la mayoría de los casos algo del pasado, y cuanto más asome la calidad del jovencito, el fútbol ocupará las 24 horas del día con el único objetivo de profesionalizarse, jugar en primera o ser transferido al exterior siendo aún casi un niño. El referente más elocuente es Leonel Messi, quien emigró a Barcelona cuando apenas tenía 10 años.


Maradona, resultó un parte aguas en la convivencia de los “pibes” argentinos con la pelota. Ya no volvió a ser el simple juego que acompañaría al varón como deporte favorito. A partir del Pelusa, los padres de varones, sobre todo los de clase más baja, soñaron con emular también ellos a Don Diego; llevar con tenacidad cada día a su pequeño hacía el club, escuelita o cualquier escenario donde un DT improvisado descubriera en su hijo al futuro crak que saldrá en la portada de todos los periódicos deportivos, jugará en Europa y ganará millones de dólares, asegurando su vida y la de toda la familia.


Dio comienzo así el “Efecto Maradona”. Miles y miles de niños son expuestos por sus padres, padrinos o tíos para que demuestren sus habilidades. Los pequeños son exigidos al máximo a pruebas interminables, campeonatos y sacrificios de todo tipo con tal de llegar a una meta muchas veces inalcanzable por el desgaste psíquico, físico o simplemente por no contar con las cualidades que amerita el fútbol.


Pero los que van asomando como jugadores de cierta calidad tienen en un 99 por ciento una particularidad que emerge del paradigma Maradona. Todos, o casi todos, deambulan por el medio campo. Muy difícil hallar porteros, defensores y ni que hablar de delanteros con ansias de gol. El efecto es claro, ¿Dónde jugaba Diego? en el medio; Que número exhibía en su espalda? el 10.


Es así que a partir de los comienzos de la década del 90, todos pasaron a ser pequeños pichones de Maradona. Ni qué hablar si el niño dominaba el balón con el pie izquierdo, ye tenía medio futuro asegurado.


Desde hace algunos años en el fútbol argentino predominan los medio campistas. Todo producto del Efecto Maradona . Mucha gente en el medio campo, muchos mediocres en las defensas y pocos goleadores. Martin Palermo, con todas sus limitaciones, es uno de los más goleadores con 190 tantos en su carrera en Boca, muy lejos de aquel Ángel Labruna que solo en River conquistó 293 siendo el máximo goleador argentino en la década del 50; nunca alcanzado en el país por otro jugador hasta el momento.


En el presente, nada ha cambiado. Miles de pibes aspiran llegar a ser el futuro Diego. Miles de padres sueñan con ver a su hijo en el pináculo de su carrera como la estrella máxima del fútbol con la casaca número 10 y miles quedan en el camino sin descubrir que tal vez hubieran triunfado como delanteros o férreos defensores de primera división.


El Efecto Maradona continúa. Mientras tanto, surgirán los Messi, los Buenanotte, los Riquelme y los goles, la expresión más relevante de este deporte, quedarán para más adelante. Tendremos pocos Passarelas y escasos porteros de calidad.


Eso sí, seguramente aquellos que surjan del efecto, engrosarán con millones las arcas de los clubes.


Si es por el buen fútbol, que el Efecto Maradona no muera nunca…

Desde Argentina: Osvaldo Tucho Heredia

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